martes, 13 de junio de 2017

Para mis lectoras, un regalo especial en el día del escritor.

Hoy 13 de junio es el día del escritor en Argentina, y como últimamente ando bastante loca se me ocurrió hacerle un regalo a los lectores de mis dos blogs, para festejar mi día.
 Y qué mejor regalo que mi libro, me dije.
Así que acá va, junto con unas palabras sobre por qué y para qué escribo. Sólo tienen que entrar en este enlace:

Hoy hasta las 24, descargá GRATIS "Manual de instrucciones para recién separadas"

 Lo único que les pido es que después de leerlo me hagan llegar sus comentarios aquí en el blog, o por mail, como prefieran. Abrazos y gracias por estar ahí, del otro lado de la pantalla.

jueves, 19 de mayo de 2016

Sábanas viejas

            Me gustan las sábanas viejas, esas que se amoldan suavemente al cuerpo sin deslizarse y sin arrugas. Las que están casi transparentes o a punto de romperse, pero todavía no se han roto. Las que han conocido durante años mis sueños, mis pesadillas, mis ganas de seguir durmiendo un rato más, mis enfermedades y mis noches de amor. Las que han ido perdiendo el color poco a poco tendidas al sol, desplegadas al viento como velas sin mar.
            Me gustan las sábanas nuevas, con su apresto insolente y su textura apretada. Me gusta el pliegue como trazado con regla que se marca al doblarlas hacia afuera, por sobre la frazada. Me gusta sentirlas sobre la piel, son como una caricia masculina, firme, que no quiere pasar desapercibida. Las sábanas nuevas tienen un aura de opulencia, de buena vida, de placer recién estrenado.
            Todavía no he probado la experiencia mayúscula, esa que según dicen es la síntesis perfecta entre lujo y sensualidad. Las sábanas de raso. Me imagino resbalando en la fría suavidad de unas sábanas de raso y se me pone la piel de gallina, y se me alborotan las hormonas. Las tendría de todos los colores: azules para soñar sueños mansos, verdes para sentir que ruedo sobre el pasto, amarillas para atesorar el calor del sol, rojas para las noches de invierno, blancas para sentirme una reina y violetas o negras para hacer el amor.
            Me gustaban las sábanas de la Tata, de algodón y con olor a naftalina. Llegar a Rosario y acostarse en la cama de plaza y media con elástico de metal y colchón de lana que se hundía en el medio, arropada por las sábanas y las colchas pesadas que la abuela sacaba de lo más profundo del ropero, es uno de los recuerdos más queridos de mi infancia.
            El resto de las sábanas, las ajenas, las de los hoteles, no me gustan, porque entre sus hilos guardan restos de sueño, suspiros y lágrimas de vaya a saber quién. No me inspiran confianza y no se amoldan a mi cuerpo como mis sábanas viejas, ni tienen el encanto de las sábanas nuevas aunque a veces lo parezcan. Debajo del perfume a suavizante se les adivina el olor a otras pieles, y es como dormir acompañado por extraños.
            No es que tenga nada contra los extraños, aclaro. Pero a la hora de dormir, prefiero elegir quien me acompañe, ya se trate de un ser vivo o un recuerdo.

            Debe ser por eso que me gustan las sábanas viejas: porque entre sus hilos gastados todavía conservan el aroma de alguien que, aunque ya no se lo añora ni se lo desea, es grato recordar que alguna vez estuvo ahí, en mi cama, entre mis sábanas.

lunes, 11 de abril de 2016

Taller de Escritura Vivencial 2016

¡Se viene el sexto año de mis queridos talleres, y voy por muchos más!
La propuesta 2016 seguirá la línea trazada por el Taller de Escritura Autobiográfica 2010-2011 y su continuación, los talleres de Escritura Autorreferencial 2012 y de Escritura Vivencial 2013, 2014 y 2015: escribir sobre uno mismo, desde uno mismo y para uno mismo.
El valor agregado tendrá que ver con la disciplina en que me estoy capacitando: Coaching Ontológico, de la que ya cursé la primera etapa. Quiero compartir algo de lo que aprendí y vivencié, porque me hizo bien y me hizo crecer por dentro.

- La idea es trabajar con la palabra escrita y el debate para ejercitar la tolerancia, el respeto, la compasión y la actitud positiva frente a la realidad que nos toca vivir o que generamos con nuestras acciones.
- Vamos a profundizar la observación de lo que sucede y nos sucede, para ver más allá de los juicios y prejuicios y tener una visión “panorámica” del entorno, de nuestros afectos, de cuestiones que nos movilizan, nos conmueven, nos escandalizan o nos intrigan.
- A partir de los temas propuestos vamos a escribir, opinar, escuchar, compartir. Con respeto, con amor, aprendiendo del otro, incorporando nuevos puntos de vista para ampliar nuestro horizonte.
Mi intención es que construyamos juntos, pensando y pensándonos, un espacio que contenga y nos contenga, y hagamos un taller movilizador, orientado a enriquecer la mente y el espíritu para ser mejores de lo que somos hoy.

Taller presencial: 
Fecha de inicio: 7 de abril de 2016
Lugar: “Hilos del alma”, Av. San Martín 3705 (al lado del “Villegas”) - Río Ceballos.
Público al que está dirigido: jóvenes, adultos y adultos mayores de ambos sexos.
Conocimientos previos necesarios: saber leer y escribir.
Material requerido: cuaderno y lapicera.
Cuota mensual: $ 300.-
Horario: Jueves de 15:30  a 17:30 hs.

Informes e inscripción: Graciela Fernández. TE 453096 / 15625981, o a través de Facebook, o en “Hilos del alma”.

Taller on line: 
Fecha de inicio: cuando quieras. 
Informes e inscripción: grafer001@yahoo.com.ar
Medios de pago: MercadoPago (Argentina), Paypal (otros países)

domingo, 3 de abril de 2016

Regalar poesías II

A veces nos cuesta encontrar las mejores palabras para expresarnos o comunicarnos. Por eso, entre otras cosas, es que compartimos en las redes sociales tantos cartelitos con frases filosóficas, o de amor, o de motivación, o de humor: no son nuestras, pero dicen lo que pensamos o sentimos.
O “plagiamos” a algún poeta. Ahora ya no es común, pero en sus buenos tiempos las rimas de Becquer, o los 20 poemas de amor de Pablo Neruda, fueron plagiados hasta el cansancio por enamorados que los usaban como propios.
A veces nos cuesta encontrar las palabras exactas porque no las tenemos; otras veces nos cuesta porque no nos salen, porque se nos quedan atravesadas en la garganta por orgullo, por miedo, por timidez...
Pero cuando encontramos LAS PALABRAS, esas que nos hacían falta para expresar lo que sentimos o pensamos, se nos abre el cielo y el suspiro del alma nos sale por todos los poros.
Los que escribimos, lo sabemos porque lo vivimos cada vez que al releer transitamos el texto sin tropiezos y nos suena como una sinfonía, con cada nota en su lugar, y cada vez que nos desvelamos hasta el amanecer persiguiendo un verbo, un adjetivo, que tenga el matiz justo (ni de más, ni de menos) para engarzarlo en la frase como si fuera un diamante.  
El poder de las palabras. El compromiso y la satisfacción de que, tal vez, le sirvan a otro para expresar lo que quiere decir y no puede.
Por eso es que cada vez que alguien se para frente a mi puesto en la Feria de Microemprendedores de Río Ceballos (en el que vendo mi libro, Manual de instrucciones para recién separadas) y se anima a leer completa una de mis tarjetas artesanales, siento que se produce un pequeño milagro. Por empezar, no a todo el mundo le interesa leer poesías, aunque sean cortitas y sencillas. Hay muchos que pasan de largo sin ver. No las ven. Uno ve lo que quiere, o lo que puede ver, y hay personas que nos las registran, de la misma manera que yo no registro muchísimas cosas que veo porque no me interesan.
Entonces, el primer milagro es que las miren y las vean. Las registren. El segundo, es que se acerquen más y empiecen a leer. Ahí los saludo y los invito a levantar las tarjetas, para que las puedan leer completas.
Algunos agradecen, pero no las leen. Otros sacan una, la leen, la dejan, sacan otra, la leen, las mezclan, después dicen “muy lindas”, y se van. Otros las leen y se quedan en silencio, pensando, o dicen: “¡qué hermoso!”, hasta que eligen una (o dos, o tres) y las compran. ¡Magnífico! Encontraron las palabras que les hacían falta, o que les tocaron el corazón, y se las llevan, y yo se las vendo con todo mi amor, feliz de que se las lleven.
Pero hay otros que levantan la tarjeta con delicadeza, casi con respeto, y leen con una sonrisa o serios... y cuando terminan, se les llenan los ojos de lágrimas. Ahí, ahí, está el poder de las palabras en todo su esplendor: han llegado a lo más profundo del corazón, han tocado sentimientos, recuerdos, alegrías o dolores dormidos, o guardados celosamente, o tal vez negados, sin que la persona lo pueda evitar.  
Es muy fuerte presenciar esa emoción, porque siento como si de alguna manera yo también, junto con las palabras, me estuviera metiendo en el alma de esas personas.

Recuerdo una parejita. Muy jóvenes, unos veinte años. Él, serio; ella con cara de aburrida. Se pararon frente al puesto, él empezó a leer y ella miraba para otro lado. Él eligió una poesía: “Mañana”, me la pagó, se la entregué... y sin decir nada, ni hacer ningún gesto (un beso, una sonrisa, nada) se la dio a ella, se la tendió con esa torpeza del hombre que no sabe ser tierno. Ella la tomó con la misma expresión aburrida que tenía antes. Me conmovió tanto ese gesto del muchachito, regalar una poesía, que no pude evitar decirles: “¡Qué dulce, cuidalo, hombres así no quedan muchos!”
Por ahí, el chico no era dulce para nada. Por ahí, estaban enojados y él quiso romper el hielo regalándole una tarjeta. No sé. Sólo puedo recordar la carita seria, grave, de él, leyendo las poesías, y la cara de aburrida de ella. Y creo que un chico que se para a leer poesías, y que elige una, no puede ser tan malo.

Otra reacción, muy distinta. Eran dos parejitas: ellas se pusieron a leer las poesías y los chicos a esperar que terminaran. Una de las chicas, muy entusiasmada, le dijo a su novio: “Me gusta esta, ¿me la regalás?”, y él se hizo el desentendido. Ni siquiera miró la tarjeta. La chica no insistió, y siguieron su recorrido. Y me quedé triste por el ninguneo del muchacho; no le dijo que no tenía plata (la única razón que me parece lógica para no comprar una tarjeta que cuesta lo mismo que un alfajor), simplemente ignoró el pedido, que fue una manera de ignorarla a ella.
Parece mentira, pero atendiendo un puesto en una feria de microemprendedores uno puede llegar a hacer verdaderos estudios sociológicos sobre el comportamiento humano...

Continuará. 

lunes, 28 de marzo de 2016

Regalar poesías I

Cuando yo era adolescente (1975, 76, 77...) estaban de moda las tarjetas con poesías para regalar. Eran poemas como “Táctica y estrategia”, de Mario Benedetti, y otros por el estilo: fáciles de comprender y con un gancho directo al corazón. Poemas que ponían en palabras eso que muchos querían decir, pero no les salía tan bonito. 
El amor y la amistad se vestían de fiesta en esas tarjetas, y también en afiches con imágenes de parejas abrazadas, o paisajes, o animales, que servían de fondo para las poesías con que decorábamos las paredes de nuestro cuarto.
Éramos románticos, todavía... y todavía la poesía era sinónimo de sentimientos, y servía para expresar sentimientos.
Pero con el tiempo, las vanguardias fueron ganando terreno y la poesía cambió. Los poetas se alejaron del amor, de las formas simples que tanto le gustaban (y le siguen gustando) a la gente, y se volvieron complicados.
El soneto, la métrica, la rima, quedaron obsoletos; en la poesía moderna no hay moldes ni corsés, nada que obligue al autor al desafío de jugar con sinónimos, metáforas, imágenes, para construir versos de ocho sílabas, once, o catorce, que tengan sentido y conmuevan, o hagan pensar. El hermetismo pasó a ser la regla de oro y la poesía se encogió, hasta convertirse en un par de versos sin rima, ni ton, ni son, perdidos en medio de una página que les queda grande.
De los miles de lectores que tenía en sus buenos tiempos la poesía, hoy quedan cada vez menos y de los que quedan, la mayoría prefiere a los poetas viejos, los que hablaban de amor, de emociones, del hombre y su paso por la vida, del espíritu y sus grandezas y miserias.

Fue la nostalgia de esa época, y de aquellos poetas, lo que me llevó a darle forma a mis tarjetas artesanales “Palabras de amor”.
Primero pensé en reciclar mis poesías, pero la mayoría son largas y necesitaba algo más corto, que pudiera entrar en una tarjeta. Además, ya no dicen lo que quiero decir hoy, porque las escribí cuando la frontera entre el amor, el dolor y la tristeza era indefinida y sufría más de lo que disfrutaba. Así que decidí escribir poesías nuevas, hechas a medida para las tarjetas, que cualquiera pudiera entender a la primera lectura y que pudieran servir para expresar sentimientos en estado puro, con amor y desde el amor. 
Debían ser mensajes superadores: nada de celos, ni de dramas, ni de “sin vos mi vida no tiene sentido”, ni de “soy tuya, sos mío”. No, no y no. Quería que mis tarjetas fueran simples, sí, pero profundas, y que trasmitieran la idea de respeto por el otro, por la libertad del otro y por la propia libertad, que hablaran del perdón, de vivir el presente, del compromiso genuino.
Me enamoré de la idea, y la puse en marcha: papel Kraft grueso (color madera), flores de mi planta de lavanda, ramitas de pino de la casa de Pedro, mi vecino de enfrente, corazoncitos de lienzo o jean con un moñito de lana roja, sobres de papel madera...  Diseñar el frente y el interior de las tarjetas y la portada del sobre, marcar el papel y cortar las tarjetas con tijera, secar las flores y las ramitas de pino durante unos cuantos días, hacer las muestras, imprimir la primera tanda, decorarlas, son tareas que a cualquier persona le hubieran llevado un tiempo lógico, pero que mi perfeccionismo casi vuelve eternas. Ochocientas pruebas de tipo de letra, márgenes, que la florcita acá, no, mejor allá, y le corto un milímetro del tallo, qué está largo, y este corazoncito es medio milímetro más grande, o más chico, y esta ramita de pino se la pongo a esta, no, a esta otra... Hasta que por fin, quedé conforme y estuvieron listas para llevarlas a la feria. 
Y ahí vino lo mejor: la reacción de los que las leen, y lo que siento yo viendo la reacción de los que las leen.
Es largo, lo cuento en el próximo post.


Aquí están las tarjetas que tengo hasta ahora, a las que seguramente se irán sumando más.
De las poesías viejas conservé una sola, que todavía me estremece el alma cuando la leo.